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después de la extinción

El estado de latencia es un período donde se aquieta el movimiento.
No todo se logra ver y aún así se gesta el caldo de la vida.
Allí no se podrá nunca dejar de existir.
Nunca, nada
Nada, nunca.

Se despertaron en aquel lugar húmedos y perturbados.
Flotaron en el humedal, se chocaron contra los camalotes procurando que sus pelos se amarraran a las raíces del bioma. Comenzaron a hundir sus narices en el barro así como se hunde el viento en la ingravidez del espacio. Buscaron las condiciones para permanecer sabiendo que la naturaleza seleccionará su devenir.

Están mojados, el espacio es cálido y las paredes de barro que los rodean están mezcladas con el pasto de lo que eras atrás fue campo natural.


Es la noche en la que se despiertan tras un letargo prolongado. Se tocan, se miran, se levantan y comprenden que si bien son consecuencia de millones de años de tormentas, aun así siguen manteniendo la belleza.

 
Equipo:

Bindritsch, L. 1,3,4, Boyssonade, D. 5, Cawen, L. 1,2,4,  Fernández, C. 3, Hazan, N. 4, Lussheimer, C. 3, Roselló, P. 3, Outeda, L. 4 , Pazos, L. 3, Peña,D. 2, Somma, A. 3, Stagnaro, V. 3  

1. Idea y gestación
2. Creación sonora in vitro y sonido in vivo
3. Grupo de investigación somática
4. Diseño espacial
5. Diseño lumínico

DESPUÉS DE LA EXTINCIÓN se presentó en Ciclo Montevideo Danza en las noches del 10, 11 y 12 de julio en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.

NACIDOS DEL FANGO

Acercamiento al proceso creativo de DESPUÉS DE LA EXTINCIÓN / Dir. Luciana Bindritsch y Leandro Cawen.

En las rutas por las que mi sangre me lleva es imposible que no descubra algún día una verdad / Lo psíquico es coextensivo de lo biológico… lo psíquico y lo fisiológico se identifican… se puede hablar de psicofisiología.

Antonin Artaud

Estamos ante la segunda obra de gestación de Luciana Bindritsch en el campo de la danza. La anterior –EXTINTO- se configuró como un solo escénico a partir de exploraciones similares, que ponen en diálogo los campos del arte y la ciencia, desde la perspectiva de una bailarina-actriz-bióloga-ecóloga y siempre en el intercambio con las voces de los artistas que acompañan sus procesos creativos.

A priori, este campo de la investigación parece inabarcable, ya que incluiría los infinitos modos en los que se presenta la vida en su carácter efímero y eterno a la vez, considerando la extinción como un proceso necesario de transformación de un mundo conocido a otro por conocer.

La inquietud que parece atravesar el proyecto es en torno a la imposibilidad de encontrar el punto final de la vida y la necesidad emergente de proponer un nuevo rumbo para las cosas, entendidas estas en una trama intrincada de arte y vida.

Para comenzar a delinear el campo específico de la investigación creativa, Luciana y Leandro se preguntan por su condición de espectadores en una sala –concretamente, esta misma sala que ahora albergará su obra- y allí aparece la primera fantasía de extinción: desaparecer la sala para que aparezca la obra nueva. Al mismo tiempo los inquieta la materialidad de esa acción, el sentido socio-ecológico de su producción, y es así que deciden utilizar el reciclaje como primer principio creativo, reuniendo conceptos estéticos, sociales y científicos en esa primera decisión.

A comienzos de este año, el equipo artístico completo se reúne en torno a esta fantasía y cada cual es convocado a pensar y materializar extinciones dentro del marco escénico, echando mano de cualquier recurso: objetos, textos, cuerpos, acciones. Pensar la extinción y visualizarse en ella. Como una meditación, como una acción colectiva, como un juego, sobreviviendo a la propia fantasía como una especie.

Así surgirá un texto colectivo al que le llamaron “visualización para extinguirse” y que aparece en la obra un poco como Artaud consignara la verbalidad de su teatro: “Que la palabra tenga la importancia que tiene en el sueño”, decía, quitándole a la literatura dramática el peso del saber y de la organización de los significados en una obra, para devolverle su peso material, su sabor, su capacidad de decir y no decir, de ser cuerpo y penetrar las sensaciones.

De la misma manera, DESPUÉS DE LA EXTINCIÓN intenta construir un mundo visual y vivencial sin generar contradicción entre los términos, desafiando la ofensiva filosófica a un mundo controlado por la visión, al devolverle al ojo su cualidad encarnada, siguiendo las premisas de Marina Garcés en su artículo Visión periférica. Ojos para un mundo común: “¿Es posible proponer hoy una reivindicación de la vista, de la visión y de la mirada? ¿Es posible pensar, no tanto en su reorientación como en su liberación? Liberar la visión pasaría por dejar que los ojos caigan de nuevo en el cuerpo. ¿Qué consecuencias tendría esta caída? ¿Cómo se transformarían los territorios de lo visible y lo invisible? ¿En qué sentido quedaría afectada nuestra condición de espectadores? En estas preguntas se expresa un deseo: no queremos renunciar a mirar el mundo. No queremos arrancarnos los ojos para ver mejor, sino todo lo contrario: conquistar nuestros ojos para que la Medusa en que se ha convertido hoy el mundo deje de petrificarnos.”

El espacio experiencial que nos propone la pieza, apela a una percepción sinestésica, en la que lo visual recupera su carácter sensible, se reintegra e a la trama de los sentidos sin jerarquizaciones, procurando evocar un estado prenatal, uterino, compartido y consciente, que nos devuelva la oportunidad de ser, o de renacer siendo otros, con la memoria más fresca del tiempo en que estuvimos abrigados y seguros.

La invitación a extinguirnos se presenta entonces como una fase, o varias, un proceso transformador que culmina donde empieza un nuevo modo humano: “Hasta entender que ahora somos lo que antes contemplábamos”, dice el texto de la obra en consonancia con el pensamiento de Garcés.

La inspiración fundamental para el arte sonoro de la pieza es el propio movimiento de los cuerpos, aunque también señalan algunas referencias como la película Stalker (1979) del cineasta soviético Andrei Tarkovsk y los artistas Foley. Combinando efectos grabados (desde sonidos casi siempre de la naturaleza) con producciones en tiempo real (manipulando ostensiblemete objetos sonoros en vivo), el diseño espacial es habitado sonoramente, acompañando la tónica duracional de la pieza.

El concepto biológico de latencia atraviesa los lenguajes de la escena: estar en un espacio “fuera de la vida” que está preñado de vida, como los “killis anuales” –unos peces cuyos huevos son dejados por sus progenitores un año antes de que puedan encontrar las condiciones apropiadas para desarrollarse- que nunca conocerán a sus padres, que nacerán del fango que los anidó, con el amor y la inteligencia de la naturaleza, pero sin el ejercicio de reconocimiento y multiplicación prescrita de los patrones heredados. Peces huérfanos, inventando la vida.

Así, la apuesta de la obra parece ser transitar junto a un espectador corporalmente implicado, un proceso de vida que incluye la renuncia a la vida, como un paso tal vez hacia la creación de lo que Garcés llama “un mundo común”, que no es “una comunidad transparente”, sino un misterio de luces y sombras “en el que, paradójicamente, sí podamos cruzar la mirada.”

Carolina Silveira

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